lunes, 9 de febrero de 2009

Por qué parte el alma





La verdad, no hay mejor viaje que el que uno mismo haga.

Con todos sus defectos y virtudes, mi tour por Perú fue realmente bueno y me partió el alma en unos cuantos pedazos.

Vi cosas muy bonitas y muy fuertes que me llamaron la atención.

Quizás suceda todos los días al lado mío y yo no me doy cuenta. Quizás por eso fue necesario que tomara distancia. Hablo de sentir a Dios tan cerca.

Los cusqueños (y no los peruanos en general) tienen una devoción muy grande por el de arriba. Y no importan las formas de su religiosidad.

Desde la conquista española a esta parte, se han fusionado los ritos incas con los católicos y el resultado es maravillosamente espiritual. A pesar de toda la violencia física, psicológica y simbólica que la colonización (o más bien, 'pizarrización') ha implicado para los nativos.

Todos los días tienen una fiesta religiosa. Y en cada capilla se respira buena energía y espiritualidad... Je... O será que la montaña que efectivamente nos acerca a Dios, como creían los Incas?



Los españoles (nada gallegos, por cierto) construyeron una iglesia católica sobre la base de cada templo inca. Destruyeron los centros religiosos de los indios, dejaron las fuertes rocas sobre el suelo y levantaron majestuosos templos cristianos, que suman decenas, nada más que en Cusco. Cada dos cuadras, una iglesia.



Nada más espiritual que el amor hecho familia.





Allí las mujeres cargan a sus hijos todo el día, en sus espaldas, para ir a trabajar. Bajan de la sierra, donde viven, y venden sus artesanías o su trabajo con ellos a cuestas- Cuando ya son grandes, caminan con ellos a la par. No podrían dejar a sus chiquitos en casa, en la montaña, porque no hay quien los cuide y los animales se los pueden comer crudos. Ninguna se queja. Los nenes tampoco. Van juntos como familia a todos lados.

Los pibitos van en la espalda, mirando hacia adelante, porque tienen que conocer la vida, las personas, la tierra, el camino que les espera. Tienen que ver a sus padres en acción.

Los niños también terminan a los 6, 7 u 8 años vendiendo con sus mamás. Y ninguno parece triste.

Cuando me fui finalmente a la ciudad de Lima, abandoné Cusco pensando si ellas eran las hijas de puta que llevaban a sus hijos a trabajar, o si nosotras- las mujeres del 2000- somos las desgraciadas que dejamos a nuestras crías para ir a laburar. Me tranquilicé cuando noté que simplemente son dos culturas distintas... No? No que sí?

En Cusco no hay nenes de mamá. Hay mucha cultura del trabajo. Hay valor por la familia. Si anda algún pelotudo dando vueltas, seguro es un concheto argentino o un gringo.

En fin... No sé si se entendió algo de lo que significó para mí pisar esa bendita tierra.

Releo lo que escribí, y lo vuelvo a leer, y no creo que ninguna palabra sea lo suficientemente abarcativa y profunda (inclusive las que no escribí), como para transmitir lo que me traje de contrabando en el alma.
Marianela Aladio

1 comentario:

Victoria dijo...

Me gustó mucho esa reflexión sobre la cultura del trabajo... quizás los "nenes de mamá" y la separación de padres e hijos por el trabajo sean parte de la occidentalización... o el capitalismo, quizás. Los niños se infantilizaron en algún momento de la historia, para hacerles creer que son -deben ser- débiles, dependientes y caprichosos. Pero por mucho tiempo se criaron como pequeños-adultos o como potenciales-adultos y su niñez fue parte juego parte aprendizaje práctico.